El Doble o nada
Jugar el doble o nada, como el título de este texto, debería ser la premisa de toda poesía: arriesgar el tanto, el total de lo que se tiene en una mesa en contra del lector; a veces, en contra de otros poetas y otras más, en contra de uno mismo.
Pero, distinguir entre el deber ser y el ser de la poesía actual, es una tarea ardua y también uno más de los tantos olvidos que hemos cometido quienes pertenecemos a esta generación de escritores.
Vamos, seamos reflexivos, cuántos de nosotros nos hemos atrevido a contradecir aquel al que para este o tal amigo –que también es poeta o escritor o crítico- representa el concepto de “una buena poesía” o “un buen poema”. Creo que la respuesta la tienen en la punta de la lengua.
El acto de la poesía es íntimo, es cierto: a veces un proceso que deriva en una plaza abierta y otras, en un pasillo en el que cuelgan despojos de uno, del poeta. La Apuesta es un juego de probabilidades: y la poesía también lo es.
Pero la poesía de hoy, me arriesgaré a ponderar un axioma, debe ser una apuesta contra los otros, contra uno mismo, contra la misma generación, contra lo ya escrito. En eso radica el acto poético; en decir las cosas como nunca se ha hecho, en sentirlas.
Es momento de hacer una pausa y reflexionar, Dora, y hacernos transparentes: ¿es esa la apuesta de tu libro? Tú tienes tu respuesta, yo tengo la mía.
Que corran las apuestas, que venga el tallador, que nos tire unas cartas, que gire la ruleta, que nos traigan un whisky y que aparezca la poesía:
“me tronaba botellas en el cráneo
y ni con quién apostarle,
ni un valiente de ruletita rusa
me quedé parado, ahí,
en medio de un siglo,
contando el parke, frustrada la maniobra.
Pregunté por el adversio
algo me dijo:
eres hombre muerto”.
Si en este libro nos tratas de decir que el azar gobierna, que el juego dicta el destino y que la vida, es como un gran casino en que se pierde y se gana, pero siempre, indistintamente, se padece, se sufre, se sangra cuando se ríe. Y en medio de esta contradicción está todo el entramado verbal y semántico de tu poemario.
Una construcción a veces certera y a veces desconcertante. ¿Es a propósito? Me queda claro. Pues La Apuesta, como dices, siempre surge “sobre el terreno de los desórdenes”.
Y para confirmarlo o dejarlo en duda, te cito:
“Me quedo.
No sé quién la bella, ni la bestia,
me apago de a poco rinconcito escarlata
a comprender que la duda, la sed, la mentada de madre,
son espejos del pasado, custodian las ganas,
quién sabe por qué cosa o por qué mala jugada,
por mala suerte o buen tino.
…
Y luego un buche de tinto
el grito a la mamá chiquita
esa que viene y acaricia lo rojo.
Como de buena cepa callarse
Como de buena cuna las niñas no abren las piernas”.
Ahora bien, en medio de este libro siempre hay una certeza: tu poesía dice, suena distinto y eso es ventajoso. Pues hoy abundan cosas que suenan a otra cosa y dicen cosas como otro ya lo dijo o como ya lo intentó decir. En ese sentido, tu apuesta, es arriesgada pues la ruptura a veces no gusta, no satisface.
Sin embargo, hay que agradecer ese gesto. Yo en persona lo agradezco, pues a la poesía le urge una apuesta por lo nuevo.
Hace unos días, leía, en Tierra Adentro, que la poesía actual en México tiene un vínculo por lo retro. Hay una poesía retro. Y esa afirmación debe preocuparnos a quienes, en la actualidad, escribimos: pues implica, que no hemos podido superar a una gran generación de poetas nacidos en el medio siglo del año pasado. A ellos les debemos un reconocimiento, pero es momento –como lo platicábamos a la hora de la comida- de superarlos pues no hay mejor homenaje que aprender bien del maestro.
Por eso, aunque suene arriesgada la apuesta: hay que dejar importe: “a cambio de qué”, como dices, del mismo cambio.
“¿Seguimos jugando?”, preguntas
¿Para qué apuestas si siempre pierdes?, te dices.
De eso se trata, creo, pues sólo así se gana. Doble o nada.
(Texto leído durante la presentación del poemario La Apuesta, editado por Alforja Poesía, de la poeta Dora Moro)
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