lunes, 14 de julio de 2008

Agustín Santa Cruz: Saludo a los aviadores muertos



El miércoles 16 de Julio, el Gobierno del Estado de Colima a través de su Secretaría de Cultura, realizará un homenaje al poeta Agustín Santa Cruz.

Huelga decir que Santa Cruz ocupa un asiento solitario en luneta del espectáculo literario colimense.

El homenaje a Santa Cruz iniciará con la edición de la antología esencial En una mañana así, preparada por Ada Aurora Sánchez y Marco Jáuregui, catedráticos de la Universidad de Colima. La obra de Santa Cruz debe ser considerada un capítulo aparte. Es por sí sola, una estrella distante y solitaria, vestida de vanguardia, dotada de vuelo propio entre la literatura colimense del Siglo XX.

La cita es en el Teatro Hidalgo (otrora Santa Cruz, que fue construido -por así decirlo- por el bisabuelo de Agustín, el coronel don Francisco Santa Cruz y Escobosa, gobernador colimense durante el porfiriato), a las 20:30 horas del próximo miércoles 16 de julio. Ese día, Agustín Santa Cruz cumple 100 años.


Impulso. Saludo a los aviadores muertos

Abrir las alas. Ser flecha, línea, golpe de la laca decorando el plano liso del cielo, como un trazo ágil de luz en la luz. Impulso joven que va más allá del límite, sin importar el término plano de la pista, desafiando arrugas del viejo suelo. Qué importan los pesos extraordinarios cuando la mano siente el poder que impulsa el motor, hace que ruja, hace que silbe. Elevar...
Así en ese provocador afán de subir, de ver el plano de la tierra después de las nubes, para sentirse más alto que las crucetas en las torres, sentirse quizás poseedor del secreto de los aerolitos...
No es un hombre, no es un complejo anatómico el que se siente feliz, es tal vez una edad, un momento que obliga a dejar las compuertas libres, incapaces de contener el dinamo de la fuerza de millones de millones de haces fibrosos, restirados, tensos. Sensación contraria a la felicidad de morir en propia cama, de arterioesclerosis. Realización de los sueños en que tenemos alas y vamos de visita a las azoteas vecinas.
Morir así. No con la majestad de juntas médicas, más bien pequeños, majestuosamente pequeños, dentro de los tijeretazos de soplete que hacen los rayos en la sábana de la tormenta. Son dos y llenos de ese estupor que el abismo abre en los ojos, atentos al zumbar de los cilindros, como colonias de abejas.
Pablo Sidar, Rovirosa. Vuelo sin fin.
No a la gloria, pobre bandera llovida; no a la eternidad, invento de vagabundos que no se cansan en la vida y quieren seguir de frente, a la transformación, bajo la dirección de Dios, comandante en jefe de todas las flotillas.
Yo diré ante una exhalación: ¡Tal vez Sidar!
También puede ser flecha, rígida y limpia, nueva. O grito afilado.

(Cuyutlán, 26 de mayo de 1930)


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